El viernes, luego de una larga jornada laboral y de ir a ver una obra sobre la segunda fundación de Buenos Aires, vinieron unos amigos a cenar a casa. La comitiva consistía de 4 graduados de filosofía y uno de sociología así que, como debía suceder, la política fue uno de los temas centrales de la noche. Tomadas unas copas de vino y reunidos en torno al televisor comenzó el intercambio de argumentos sobre el presente. El lector atento podrá imaginarse, sin demasiado esfuerzo, que el sesgo de mis contertulios viraba mayormente hacia la izquierda, o hacia la dirección en la queramos definir al heteróclito y multiforme peronismo. De mi costado del ring palermitano me acompañaba un amigo de filo que dejó las togas para volcarse en la igual de esotérica práctica de la programación. El resto de los comensales adherían a la especie en vías de desarrollo de peronistas reflexivos enfrascados en transitar el duro camino entre la autocrítica y la reivindicación del pasado. No envidio el tener que habitar esa postura dialéctica, pero, como personas entrenadas en discutir temas más difíciles y relevantes, le hicieron honor.
Todo peronista contemporáneo medianamente inteligente se ve en la obligación de sostener un número de posiciones complejas y contradictorias entre sí. Podemos catalogar algunas de ellas:
El gobierno de Alberto fue un fracaso estrepitoso que los alejó del pueblo.
La falta de un modelo económico peronista es lo que hundió al peronsimo.
El progresismo falló en su promesa de appeal transversal a la sociedad. La agenda de los derechos de las minorías no aseguró victorias electorales.
La esencia, el alma, del pueblo argentino es y será el peronismo.
Con el peronismo no alcanza, sin el peronismo no se puede.
Hay que reconducir al peronismo para que vuelva a ser el alma del pueblo.
El ajuste de Milei es un acto de crueldad.
No es un listado exhaustivo ni mucho menos, pero son algunos lineamientos básicos que creo que toda la dirigencia y actores periféricos del movimiento nac&pop sostiene para sus adentros. Los primeros los vuelven hacia adentro, a reflexionar sobre el por qué de su desviación respecto del destino manifiesto de ganar siempre. Mientras que el segundo les sirve de bandera ordenadora. La pregunta que los ordena podría articularse de la siguiente manera: ¿Por qué, si somos los redentores de nuestro y pueblo y de la historia, si dimos con la fórmula política perfecta, la oranización social más justa, es que los trabajadores a quien juramos representar fielmente nos abandonaron en masa?
Cada uno de los primeros puntos ofrece, a su vez, respuestas alternativas, las cuales cada actor combina para sus adentros para dar lugar a la miríada de sectas y herejías que tenemos el agrado de escuchar en streams con olor a porro y axe de chocolate. Las principales correspondencias serían las siguientes:
El albertismo fue un fenómeno pusilánime y moralmente corrupto del que hay que despegarse.
No hay gobierno peronista sin economía peronista. No hay economía peronista desde (¿2019-2011-2007-2002-1973-1952-1945?). La laxitud técnica le abre lugar a la imaginación política.
El progresismo no puede conducir al movimiento peronista porque no responde a las verdaderas demandas populares.
Si el pueblo no nos vota es que ha sido engañado, está confundido.
Hay que extenderse a incorporar nuevos sectores sociales y organizaciones para restituir la capilaridad del movimiento.
El peronismo ha dejado de ser peronismo y debe volver a ser peronista para reconquistar al pueblo peronista.
Nótese que no incluyo en la lista las explicaciones de índole netamente progresista (“las malvadas nuevas derechas internacionales despertaron al fascismo del pueblo que no se bancó que los gays cojan”) para reducir el rango del problema de hoy. Apunto un poco más específicamente al fenómeno del panrebordismo que creo será la vanguardia cultural del peronismo en búsqueda de armar una epistemología de la derrota.
Ese, concretamente, fue el tema de la discusión que tuvimos en casa y que desarrollo parcialmente en estos párrafos. Una virtud retórica, o teológica si quieren, que manejan los peronistas contemporáneos es la fe en su eventual victoria sobre el resto de los partidos políticos. Al creer estar conectados directamente con la profunda y esquiva voluntad popular, al ser la personificación de “lo argentino”, la historia no puede sino devolverlos al poder que por derecho divino les corresponde. Cualquier otro gobierno es transitorio y debe cuidarse de no ofender la sensibilidad de los verdaderos guardianes del ejecutivo. Ahora bien, es bastante complejo defender la unidad de poder democrático y verdad transhistórica del peronismo cuando la gente viene expresando de forma bastante consistente el desagrado que les tienen en la urnas. Para un movimiento que acentuó siempre la racionalidad del presente y la verdad del deseo instantáneo de las masas, su abandono genera una crisis de fe de proporciones bíblicas. Otra iteración más del viejo problema de los relativistas y de quienes creen que no hay derecho más allá de la fuerza, nada nuevo.
La precariedad de la apuesta por la racionalidad peronista, refutada por un presente que no se doblega ante los planes platita versión 2024, vuelve necesario sumarle a los componentes de autocrítica desarrollados anteriormente, el justificativo moral-pasional: el actual gobierno (todo gobierno no peronista, de hecho) es cruel. Hay una versión menos refinada del argumento de la crueldad que asume que el fin de todo gobierno antipopular es redistribuir el poder nuevamente hacia las clases dominantes y humillar a las populares. Esta versión es aburrida e incapaz de sostenerse frente al análisis histórico más básico. La más refinada, por llamarla de alguna manera, se sostiene en un cálculo moral algo extraño que rechaza cualquier género de sacrificio presente en pos de un bien (desde ya dudoso) futuro, alegando razones de emergencia social, económica o los ya muchos años de relegamiento de los “más vulerables”. La crueldad es la puesta del orden -legal, económico- por sobre las demandas populares que acarrean consigo la legitimidad de origen suficiente como para hundir consigo al futuro de la nación. Es, en definitiva, la reiteración del dogma dosmilunista que anima la política argentina desde aquél entonces.
Esta apelación al sentimiento es la clave de todo el jungeperonistische sistema argumental así como del incipiente panrebordismo. El espectro político se les presenta como una lucha entre dos pasiones: la suya popular, democrática, industrialista, bostera, maradoniana, enfocada en revivir ese glorioso pasado del que en absoluto fueron parte pero del cual se creen herederos; y la otra elitista, aristocrática, financiera, gallina, messista, gorila, que solo existe como reflejo desfigurado de su amor genuino. Este giro fideísta de la juventud considera a las razones como subordinadas al primigenio impulso tribal de buenos contra malos que retrasa el inevitable proceso de liberación nacional. Cualquier intento de mitigación de esta moralísima grieta se percibe como producto de una falta de fe que ofende la sensibilidad estética del propio grupo. El bokeísmo maradoniano tiene que ser total y le pone un límite a la pretensión de expansión e inclusión de sectores más moderados o, por decir algo, racionales.
No puedo dejar de ver en este nuevo movimiento un devenir balcanizador de un partido cuyo rumbo histórico dejó de apuntar al futuro. El partir del necesario amor que el pueblo debe tenerles y encontrarse con un presente de burla y desprecio los lleva a la impugnación de la realidad. El presente debe ser falso pues el bien no puede caer ante el mal. De ahí que las fantasías políticas, incluso de su dirigencia, coincidan con las del ya demasiado memeado trotskismo residual: el pueblo levantándose masiva y espontáneamente contra sus opresores que lo ajustaron por el odio a la felicidad de las clases bajas (es irrelevante para esta narrativa que el grueso del ajuste lo hayan pagado las clases medias urbanas, específicamente las Estado-dependientes). En esta versión aún menos sofisticada de la contradicción terminal entre las relaciones y las fuerzas productivas el “pueblo” volvería a poner luego de su estallido violento a quienes hace meses habían repudiado masivamente. Es, sin más, el meme:
En definitiva, el panperonismo rebordiano se convirtió en aquello de lo que acusó por años (con razón, creo yo) al gorilismo de ser. Al abjurar hace años de la sustancia, la diferencia recae en lo insustancial. La ausencia de contenido se convierte en dogma de la resistencia. La oposición política se vuelve el ejercicio y mostración social de una diferencia meramente estética, moralista. Boke y el Diego tatuados ante todo argumento. El peronismo sin Perón se revela en su expresión pública como antimileísmo.
Y si sale bien? Man ya salió bien
Exceso de "la ve".