En esta ocasión festiva quiero reflexionar unos minutos sobre el poder divino. Pasear cinco minutos por cualquier rincón de internet nos puede confirmar sin lugar a demasiadas dudas que vivimos en tiempos en los que casi no existe el temor a Dios. Lejos quedaron las plagas egipcias, los castigos bíblicos, los milagros, que volvían al pueblo temeroso y obediente. Olvidado también quedó el amor del sacrificio cristiano y la algo floja de papeles amenaza con el infierno. Quizás quién más haya contribuido a trivializar el castigo divino por el pecado haya sido Dante con su Divina Comedia al darle al Infierno —que es solo la distancia de Dios— una imagen francamente ridícula aunque poéticamente bella. Vivimos en un mundo secular en el que las interrupciones al orden natural, sean como castigo o como premio, no tienen lugar. El nihilismo nietzscheano nos impele a crear nuestros propios sistemas de valores, lo que usualmente implica comprárselos a vendedores de paco moral o hacer collages conceptuales de las más variadas índoles. Algunos encuentran su salvación privándose de comer animales, otros salvando ballenas, otros al planeta Tierra, algunos levantando 200 kg en banco plano en el gimnasio (mi gente) y una larga lista de etcéteras. El elemento común a casi todas estas alternativas es que en buena medida descreen de lo que tradicionalmente se daban a llamar vicios y virtudes o, mejor dicho, las redefinen dentro de sus marcos de referencia preferidos.
El problema con esta fragmentación de moralidades, por llamar al fenómeno de algún modo, es que por lo general las mismas carecen de cualquier género de solidez teórico-práctica, fundamentalmente por la ausencia de un núcleo común a todo el entramado. El monoteísmo —específicamente el cristianismo— no creó la civilización más grande de la historia por casualidad, sino en buena medida gracias al sólido andamiaje conceptual que sostiene las acciones de los individuos. Uno de los elementos centrales de dicho armado es el miedo a Dios, el miedo a las consecuencias del obrar inmoral. Una población piadosa, temerosa de la divinidad, es mucho más barata a la hora de regularse a sí misma, cuida mejor los bienes públicos, gasta menos tiempo mental en paranoias varias, higiene y una larga lista de ventajas que no derivan exclusivamente de la riqueza material relativa de las poblaciones. No es muy difícil argumentar por qué una población “buena” es mejor que una “mala”. Lo difícil es explicarle a quien ya no teme a Dios, y por tanto no tiene problema en ser “malo”, por qué debería temerle.
Como dijimos antes, sería bastante difícil convencer a un ser humano contemporáneo medianamente educado tanto de que Dios interviene directamente en el mundo para hacer valer su voluntad y castigar a los pecadores como de que en verdad su cuerpo material aloja un alma inmortal que ascenderá a través de un trabajo infinito de virtud a estar al lado de Dios luego de su muerte. Incluso el sistema operativo islámico debe recurrir a elementos materiales de la vida que vendrá (las famosas 72 vírgenes) para venderle sus locuras teológicas a los árabes. Frente a esto tengo mi pequeño sistema para venderle virtud a amigos y conocidos que quieran comprarla.
Hay que empezar por desterrar la noción de que la divinidad solo actúa o bien en el más allá o bien a través de rupturas con la ley natural. Hay un tercer conducto para lo divino en el mundo que es el alma humana, específicamente el alma humana ya orientada hacia el bien. La virtud atrae la virtud y rodearte de virtud es una de las formas más seguras de encontrar la felicidad. Desde ya que esta particular fórmula no aplica cuando se está rodeado de bajeza y maldad, pues en muchos entornos la virtud es interpretada inmediatamente como debilidad. Incluso internamente uno puede creer que está siendo bueno cuando en verdad está siendo meramente débil, rindiéndose ante las circunstancias en lugar de juzgándolas desde la decisión plena. Las circunstancias del alma son siempre complejas y cada caso suele presentarle desafíos únicos frente a los cuales crecer o hundirse. Es iluso pensar que podemos encontrar un algoritmo moral que predetermine nuestras acciones, o un set de ellas, sin considerar la complejidad del mundo humano. No hay que entender por esto que todo derive en un consecuencialismo vulgar, sino que en la decisión, sede de la virtud, está el enigma del obrar individual que se le presenta a cada uno como una serie interminable de desafíos de complejidad en buena medida creciente. El bien es un músculo que se ejercita como cualquier otro.
La virtud individual compone a nivel comunitario y a nivel estatal y en buena medida determina el curso de los acontecimientos de un país. No existe a largo plazo comunidad exitosa y feliz de pecadores, aunque los de la particular deformación espiritual izquierdista así lo crean. En el mundo del izquierdista, la felicidad, la riqueza, la paz, siempre y en todo lugar, deben ser producto del pecado, del vicio, de la participación en la inmoral lógica de acumulación social. Las instituciones que niegan este dogma son sus enemigas, lo que hace muy sencillo identificar a los izquierdistas de alma porque se oponen abiertamente a ellas en casi todo lugar. La destrucción de estas instituciones va horadando la capacidad de crecimiento y desarrollo de las naciones, destinándolas a la muerte violenta en situaciones normales (conquista o guerra civil) o a la destrucción más progresiva y balcanizadora.
Estos resultados empíricos, en cada uno de sus niveles, no son ni más ni menos que la expresión de la voluntad divina en sus facetas de castigo y recompensa. La acusación de que el vicio suele tener mayores recompensas que la virtud, contención de cuño kantiano, suele partir de una visión reductiva de la esencia de la virtud, una comprensión formal de la naturaleza de la acción humana en lugar de una sustantiva. Convencer a alguien de que el bien hace bien y el mal hace mal incluso en esta vida, por ponerlo de modo sencillo, es una tarea noble. Recomiendo.
Sin más por esta breve entrega navideña-hanukaica estimados lectores. Les mando un cálido saludo y espero que terminen el año rodeados de sus seres queridos con mucho amor y virtud. Veremos pronto qué nos depara el 2025.
Muy interesante artículo, me hizo pensar y creo que da para largo. Pero lo que se me ocurre ahora es que, respecto a tu afirmación de que “No existe a largo plazo comunidad exitosa y feliz de pecadores”, San Agustín estaría 100% de acuerdo, pero interpretado en un sentido bastante distinto al argumento que presentás: al estar los seres humanos inherentemente afectados por el pecado original, esto implica una separación de Dios por parte del hombre, lo cual se manifiesta en cuánto nos elude la felicidad y el éxito, ya sea colectivo o individual. Martín Lutero (que empezó su carrera académica en la orden monástica que fundó San Agustín) toma esta influencia para criticar la dirección que había tomado la teología católica, que consideraba las “buenas obras” (podríamos decir, la virtud) como condición necesaria para la salvación. En cambio, Lutero plantea que el pecado original es algo tan fuerte e insidioso que tenemos que concebir la vida espiritual no como “el hombre acercándose a Dios a través de la virtud” sino “Dios descendiendo a los hombres a través de la gracia (un perdón divino concedido por Dios de forma inmerecida) para darles una segunda oportunidad… o tercera… o cuarta…”. Las “buenas obras”/”la virtud” en este esquema no es causa de nuestro acercamiento a Dios sino consecuencia de la renovación interna de la conciencia donde operó la gracia. Y esta es la razón por la que el concepto de “conciencia” es tan fuerte en Occidente desde entonces. Cada cual tendrá su juicio de valor sobre este proceso histórico (la mía, si no se notó, es favorable), pero en cualquier caso ayuda a comprender lo que gente de distintas creencias tiene “en la cabeza”/”en el espíritu”/”en la consciencia”.
Y un último punto: me parece que la influencia de la religión sobre la conducta pasa mucho más por la el arrepentimiento (ex-post) que por el temor al castigo divino (ex-ante). Tanto judaísmo como cristianismo tienen al perdón divino como un fenómeno central.