Opinar sobre política imperial siendo una provincia subordinada es ridículo y necesario a la vez. La ridícula disparidad entre el poder relativo de un elector argentino y un elector norteamericano vuelve necesario entender y posicionarse respecto al resultado de los comicios en la metrópoli, más aún cuando se ponen en juego diferencias sustanciales en lo que respecta a su futuro. El devenir de Norteamérica en estos últimos años ha sido, cuanto menos, sinuoso. Así como la naturaleza y el poder odian el vacío, del mismo modo odian la ausencia de conflicto y oposición. En efecto, si definimos al vacío no tanto como la ausencia de sustancia así como la presencia de una sustancia homogénea y estática, podemos ver una continuidad entre la primera ley natural y política y la segunda. La caída de la URSS como gran polo ordenador por oposición del mundo libre -a la cual la élite estadounidense siempre miró con una mezcla de recelo y admiración- desató una crisis anímica de magnitudes gigantescas en el espíritu americano que se enmascaró como su hegemonía.
Las contradicciones intestinas al sistema liberal de poder, con sus características económicas, geográficas, raciales, no encontraron motivo alguno para ceder intereses particulares en pos de un bien común que se considera ya asegurado. Cuando el infinito futuro parece haber quedado conquistado más allá de toda duda, el presente injusto se vuelve motivo de urgencia y disputa. El progreso material no puede recorrer la larga y tortuosa senda de la acumulación capitalista sino que debe advenir hoy. La historia, a su vez, se vuelve un campo fértil para la reelaboración, el sembrado de nuevas teorías y hechos, ya que muy rápidamente se pueden cosechar los frutos de injusticias pasadas descubiertas o creadas. Pobres de las sociedades que pierden a sus rivales dignos, que pierden el miedo a la muerte violenta, porque es en ese instante en donde todas las enfermedades del cuerpo se activan indiscriminadamente y reclaman para sí uno u otro miembro.
Quizás esa haya sido la verdadera maldición dentro de la grandeza de nuestro Roca. El tener de las fronteras más seguras del mundo y, a diferencia de EEUU, no participar en las Grandes Guerras, nos dejó presa de los males internos de la envidia y el resentimiento.
La profundización de la polarización partidaria norteamericana no es más que un síntoma de un sistema de poder en búsqueda de un contrapeso. El islamismo que emergió como primera alternativa ya se mostró, en buena medida, como un sistema civilizacional bastante obsoleto, solo capaz de organizar bien la violencia indiscriminada. La paz, momento necesario de todo desarrollo humano, es algo que no pueden soportar. China quizás asoma como oposición posible, pero me cuesta bastante creer que el desarrollo del espíritu humano pase por vivir en una sociedad de siervos-consumidores. Desde ya que hay quienes creen que el modelo chino/oriental es superior al occidental, inevitable casi, y quieren replicarlo acá. Deseo que esa gente (montoneros, pejotistas varios que deberían haberse jubilado hace rato) se quede lejos de mis instituciones liberales, mientras existan.
El estado de la situación es el siguiente:
Por un lado tenemos al viejo y querido partido demócrata. Herederos de la realpolitik jeffersoniana - menos todo el temita de los esclavos, por una cuestión de estrategia electoral, desde ya - se erigen como el partido por antonomasia de las ciudades y del poder real. Son quienes setean la agenda global, controlan buena parte de las universidades y medios de información medianamente establecidos y alguna que otra institución financiera relevante (una novedad de estas elecciones es que el ecosistema empresarial mainstream viró bastante fuerte y abiertamente hacia Trump). Increíblemente su marketing es el del partido de la rebeldía y la juventud teniendo a un presidente que es, sin más, weekend at Bernie’s en la casa blanca. Lo mejor de todo es que la ironía se les escapa al punto de que todo el establishment demócrata era incapaz de notar la obvia senilidad de Joe y lo hacía comerse helados en público quedándole siempre manchada la mejilla. Slay. En buena medida esta imagen de juventud autoatribuída deriva de que todos los cuadros técnicos demócratas están infiltrados hasta la coronilla por personas con pésimas, pésimas ideas sobre el pasado, el presente y el futuro, sumado a algunos que otros agentes chinos e iraníes. Todo el drama woke no es un tema menor, al punto de que Kamala pasó toda la campaña intentando venderle al público que esos shenanigans, esos errores de juventud tanto suyos como del resto de toda la base izquierdista demócrata, se terminaron.
Por el otro lado tenemos al partido republicano, una amalgama de fanáticos religiosos, bona fide conservadores y dementes varios, representantes de la tierra, del interior olvidado, de los flyover states, que hace rato perdieron noción alguna de rumbo histórico. El esquema de poder republicano persiste por la negativa, bastante racional, de tener a gobernantes demócratas en instancias de poder locales. Le mostrás videos de las calles de San Francisco o Seattle a hippies de Florida y eso les basta para darle la suma del poder público a de Santis. Si disuelve uno que otro departamentos de artes liberales en el camino no pasa nada. Si tuviera que decir qué representa el partido republicano hoy día sería cierta promesa de responsabilidad fiscal, una cierta renuncia al rol de policía global de los Estados Unidos y una caga promesa de retorno a la normalidad de instituciones demasiado viradas hacia la izquierda. Genuinamente pienso que quizás a esta altura la existencia de los republicanos como partido solo le sirva a los demócratas para no tener que hacer una purga interna seria hacia adentro de su coalición. Pretender que el liderazgo de Trump cambia este status quo es obviar que la reacción a su presidencia anterior fue una intensificación, con su derrota, de todos los fenómenos previamente descritos, para ahora volverse este fenómeno contra los demócratas en una suerte de ping pong existencial que acarrea consigo al resto del mundo. Subió la varianza de un sendero de precios dirigido quién sabe bien a dónde, en una confirmación de la tesis memética de la maximización de la diversión. ¿Es acaso Trump un estadista? Ni de cerca. Creo, sin embargo, que hay cierta dirección partidaria, cierto conservadurismo activo, progresivo, con misión histórica, que se encarna en la figura de J.D. Vance. Resta determinar si el vapuleado pueblo americano está dispuesto a renunciar al sendero histórico por el que lo viene llevando el obamismo residual.
Disclaimer: todas estas opiniones son enunciadas desde la irrelevancia de la provincia que es a todo efecto práctico nuestro querido país.
Espectear desde fuera no quita que puedan existir individuos que puedan dar opiniones bien formadas de otros lados, con un poquito de humildad, tiempo y originalidad.☕
Anyway, aplausos.