Luego de abandonarlos unas semanas a raíz de la incompatibilidad de mi organismo germano-polaco con el calor de este pantano olvidado por dios que solemos llamar Ciudad de Buenos Aires vuelvo a los teclados. En estas últimas semanas la política local pasó a un lejano segundo plano en términos de relevancia. Los rumores cada vez más fuertes de un acuerdo con el FMI para refinanciar los vencimientos de este año pateados por Tincho Guzmán, evento de importancia superlativa para las finanzas públicas, palidece frente a lo que está pasando en los US of A. Pongamos algo de contexto. Si algo caracterizó a la primera presidencia del God Emperor Donald Trump fue la brutal disociación entre las expectativas y la realidad de su mandato. America no solo no fue Great Again sino que se desangró en una pelea intestina dentro del propio ejecutivo en el que la voluntad de su cabeza parecía ser la menos efectiva de todas las muchas reunidas allí. Buena parte de las iniciativas de Donald se perdían en una maraña de comités, órdenes de jueces no apelables o bloqueos de la Corte Suprema. Su círculo íntimo era vulnerado constantemente por filtraciones o traiciones, quedando reducido en buena medida, hacia el final de su mandato, a su familia y colaboradores más íntimos. Incluso su VP lo traicionó en todo el famoso periplo del fraude electoral, cuestión sobre la que no me voy a meter porque es demasiado oscura para mí pedestre entendimiento.
La derrota en las elecciones de 2020 hizo que Estados Unidos dé, en apariencia, un giro de 180° en sus políticas y en esa dirección ponga quinta a fondo. Biden personalmente quizás no era un izquierdista radical ni mucho menos, pero es difícil saber hoy día cuánto tuvo que ver él en su administración. Lo cierto es que quienes gobernaron fueron los staffers de la Casa Blanca, alineados con el resto de la administración pública central y la posibilidad que tenían las agencias gubernamentales del Estado Federal de legislar independientemente del gobierno (con ciertos caveats, pero de esto se trató el repeal reciente de la Chevron deference, a grosso modo una jurisprudencia de la corte suprema de justicia que establecía que los tribunales deben deferencia a la interpretación razonable de una agencia administrativa sobre una ley ambigua que administra, siempre que el Congreso no haya dado instrucciones claras. Crédito a chatgpt que lo resumió). Esta oscilación violenta en la superficie solo ocultó la continuidad en el fondo, continuidad que ahora, precisamente, se está rompiendo. La influencia de Estados Unidos en el mundo es muy compleja de entender y analizar. No considero tener un conocimiento detallado de todos los mecanismos legales, económicos y culturales que parten desde el corazón de Washington y atraviesan cada parte del globo. Mi propuesta, a falta de este saber, es pensarlo con categorías generales y clásicas: Estados Unidos es el hegemon indiscutible del mundo contemporáneo. Más allá de su poderío militar sin parangón, la relevancia económica del dólar y, eminentemente, la deuda denominada en esa moneda, configuran la columna vertebral de todo el sistema financiero global. Todo lo que sucede en el mundo, de una forma u otra, sucede con la vista gorda o el visto bueno de Washington. Esto no obtura el conflicto político por ausencia de un enemigo real, sino que lo interioriza. La política, hoy día, se juega en la oposición interna norteamericana entre demócratas y republicanos, liberals y conservatives, progressives y alt-righters. Todo el resto de lo que pase en el mundo está en mayor o menor medida subordinado a este ecosistema de poder. Ecosistema de poder que, hasta hace no demasiado, era fundamentalmente demócrata.
Hay que entender que la pasión progresista-liberal por la política es muchísimo más poderosa que la pasión conservadora. El progresista ve en la actividad política, con todas sus vejaciones, un trabajo divino que consiste en realizar la justicia en el mundo, salvarlo. El conservador, por el otro lado, considera que esa justicia ya se realizó en buena medida en las leyes explícitas o implícitas de la sociedad, por lo que su esfuerzo es uno eminentemente empírico, de lucha por la preservación de lo divino contra las fuerzas de la corrupción, una pelea que está condenado a perder. Para un conservador, con amigos conservadores y con un sistema de valores conservador, abrirse camino en organismos públicos o en instituciones académicas, con cursus honorum extenuantes que ocluyen la formación temprana de familias o la acumulación de capital económico, es un costo altísimo a pagar. Para un progresista este proceso es uno de afirmación en el mundo y en sus círculos sociales. Esta diferencia de consideración estructural explica buena parte de la desproporcionada ascendencia de la izquierda norteamericana en sus instituciones públicas más relevantes.
La revancha trumpista considera todos estos factores como elementos centrales de su accionar. Primero que nada, junto con Musk, comprenden que su principal enemigo a la hora de ejecutar políticas públicas “conservadoras” (es discutible que Trump sea lo que solemos llamar un conservador en este momento, sobre todo por su elección de vice en J.D. Vance. Les recomiendo un artículo de contrarreforma
al respecto) es la propia burocracia gubernamental. El trabajo de Musk con DOGE es precisamente luchar contra ésta lo más posible a fin de que quede doblegada a la voluntad del ejecutivo. Todo lo que estuvimos viendo del freno al financiamiento del USAID va en la dirección de desarmar los programas no legislados de incremento de influencia mayoritariamente demócrata-progresista en Washington y en el mundo. Esto, sin embargo, palidece frente a lo que va a ser el análisis de la información de pagos del departamento del Tesoro, cuestión que está siendo en estos momentos combatida en toda línea por todo el ecosistema demócrata. Todavía no vimos nada, pero estamos asistiendo al primer ataque frontal al sistema de gobierno global inaugurando en la posguerra y potenciado con la caída del muro de Berlín. Las reglas que hasta el momento pensábamos aplicaban en las relaciones internacionales, reglas que son irregularidades históricas, van a lentamente dejar de aplicar si es que esta administración se sale con la suya.
¿Y a mí qué me importa si vivo en Tero Violado? Un país estructuralmente débil y pobre, como lo es Argentina luego de veinte años de irresponsabilidad política y económica, es más, no menos, dependiente del statu quo que el resto. El conurbano, por poner un ejemplo, depende de que el Estado nacional encuentre una forma de financiar infinitamente su inviabilidad económica sin por eso quebrar al resto de la nación. Recordemos que sin la protección de facto de los Estados Unidos las potencias son natural y racionalmente belicosas y les gusta tomar territorios ajenos. Una destrucción de las FFAA como vimos desde los ‘90 hasta el gobierno de AF no podría salir tan gratuita como salió en el plano de la seguridad sin estos acuerdos internacionales. Las provincias también pueden darse el lujo de dejarse despojar en sus factores productivos por la nación sin pedirle a cambio seguridad por este mismo motivo. Todo lo que pase ahora en esta brutal lucha política de Trump contra el aparato de gobierno demócrata tiene que ser seguido con extrema atención y constituye un tema de máxima relevancia nacional. Ya lo he repetido en estas columnas varias veces, pero a todo efecto práctico hay que considerar que somos una provincia que forma parte de un Imperio y no un Estado Soberano, por más que les duela a los que quieren vivir y morir con la nuestra. Si quisieran en serio alcanzar la soberanía, les recomendaría que empiecen por no destruir la producción genuina de valor intertemporal en este país tan encomendado a Dios. La felicidad presente del pueblo es muy linda en los papeles, pero conquistarla quemando stocks, su única fórmula amigos perucas, es vender toda posibilidad de felicidad futura.
Hay signos de que incluso el consenso decolonial se está rompiendo, algo que va a ser de extrema importancia en lo que refiere a su política exterior. Lo podemos ver en las repetidas denuncias a Sudáfrica y el corte de la ayuda a este país. Este elemento también va a reconfigurar la relación de Washington con el continente americano, como ya lo estamos viendo claramente en el monumental apriete que le efectuaron a Panamá, México y Canadá. Nosotros elegimos estar del lado de los reformistas en este caso y desde el momento cero, por lo que probablemente, si se muestra sustentable el modelo político, hagan de nosotros un ejemplo en términos de seguridad. Hay que estar atentos al tema Malvinas con la estupidez de la actual administración británica tan pronta a regalarle Chagos a Mauricio para amainar la culpa que les da haber conquistado el mundo en su momento. En fin, los filósofos somos pésimos para hablar de los eventos mientras están ocurriendo así que voy a dejarlos acá. La falta de claridad es la propia también de una guerra: es complejísimo acceder a información fidedigna no contaminada por las partes.