Uno de los desafíos cruciales que hay que enfrentar si uno quiere ser un hábil navegador del turbulento río del opinar sobre el presente político es el de la curaduría de información. El grado de información que tenemos disponible a cada instante, que demanda acreditación, procesamiento y reelaboración es bestial, único en la historia y cada día es peor. Mientras que antes uno tenía que confiar en la curaduría de los diarios, la radio o la televisión, hoy día la tarea de recopilar datos para ser medianamente competitivo e interesante queda delegada a cada actor individual. Desde ya que la mejor herramienta para llevar adelante esta tarea es equis punto com AKA chuider, pero incluso de utilizarla el ajuste fino que requiere el algoritmo propio en lo que refiere a la selección de cuentas a seguir y a la ponderación de la calidad informacional de cada una de ellas es un desafío mayúsculo. No nos alcanza la vida para procesar todos los datos generados en un día en las redes sociales por lo que decidir qué y cuánto contenido consumir es la clave a la hora de realizar inferencias. Por este motivo central es que me chupa la pija la opinión de los kukas.
No estoy diciendo que todos los agentes del peronismo tengan valor informativo cero, sino que por lo general la calidad de las cuentas específicamente kirchneristas es ridículamente baja. La información que circulan, las especulaciones, los enojos, las esperanzas, tienen únicamente como referencia el interior de la esfera política en la que habitan, sin siquiera relacionarse usualmente con el afuera más cercano del peronismo en general. La capacidad predictiva de cada uno de los actores es muy baja, sus demandas a la dirigencia están teñidas de las limitaciones prácticas (y cognitivas) de la propia dirigencia del espacio y su relación con el afuera solo sucede ex post con los hechos ya confirmados (y teniendo que pasarlos por un brutal filtro de confirmación intra-grupal, capaz de volver lo negro blanco y viceversa). Con esto no quiero despacharme contra las capacidades cognitivas del kukismo en particular, aunque adhiero a la hipótesis llachiana de que son un espacio que hace ya años tiene un fuerte sesgo adverso de selección, como toda la izquierda. Más bien me interesa reflexionar brevemente sobre cómo creo que se llegó a este punto y por qué eso es bueno.
Contra lo que la mayoría piensa, suele ser bastante raro que una ideología medianamente mayoritaria se aleje de la verdad tan radicalmente al punto de dejar de tener un interés por siquiera referenciarla. La disputa del sentido es la pelea política por excelencia, es en donde yace el fundamento de la dominación consentida, la legitimidad, y por tanto el campo de batalla que todo luchador serio debe recorrer. Quien venza en estos campos de marte tendrá a su merced no solo la mente de los hombres sino también el modo en que entienden el conjunto de los fenómenos físicos, el modo en el que entienden el mundo que los rodea. El problema es que la lucha no termina con derrotar al rival humano o partidario, sino que son el propio mundo, el exterior natural, y la política global, el exterior humano, los que ponen a prueba constantemente el valor de la teoría vencedora. Predecir acontecimientos es un deber y una prueba mediante la cual el gobernante construye y reafirma su autoridad pública. Cuando caen consistentemente las predicciones cae consistentemente el gobierno, a menos que recurra al último recurso del idiota y se domine por la fuerza.
El kirchnerismo entendió perfectamente estos pequeños axiomas y logró derrotar de forma casi total a sus adversarios en el campo de las ideas. La fagocitación de la estructura conceptual del radicalismo dentro del marco partidario (y más laxo institucionalmente, con menos ganas de morir) del peronismo antimenemista combinados con los años de fuerte crecimiento económico barrieron con toda competencia. La Argentina parecía haber descubierto la piedra filosofal económica: el expansionismo fiscal y el ahogamiento del sector privado parecían no tener costo productivo alguno. La sustentabilidad política del proyecto estaba asegurada por la redistribución activa con nombre y apellido. Esencialmente, la expansión ilimitada de los derechos de los ciudadanos -máximo bien del Estado liberal- se había mostrado como posible con el grado correcto de voluntad política y pericia administrativa. Desde ya que esto no fue más que el consumirse el boom de commodities y las cuentas en orden duhaldistas, pero lo importante para el presente artículo es que el entorno kirchnerista a grandes rasgos sigue creyendo que el elemento central de la década ganada fue la voluntad política de poner al Estado al servicio del Pueblo, i.e. la expansión ilimitada de los derechos. La inflación fue el fantasma maldito que mostró la falla, la falencia en la mala consciencia kuka y eventualmente terminó por colapsar su andamiaje teórico.
El intento de expansión de derechos sociales trae siempre consigo una expansión de las obligaciones sociales, pues ex nihilo nihil fit , o lo que se puede llamar vulgarmente gasto. Estas nuevas obligaciones deben ser asumidas por alguien. Se pueden dejar para las generaciones futuras mediante la deuda o se le pueden cobrar a los seres humanos presentes mediante impuestos, ya que la opción de arrebatárselo a otro Estado por la violencia no funciona muy bien hoy día. Como los seres del mañana no votan hoy la mayor parte de los gobiernos redistribucionistas suelen optar por financiarse con deuda. La mala gestión de los pasivos kirchnerista no le permitía semejante lujo por lo que el financiamiento de los nuevos derechos siempre se cobró con impuestos a los humanos presentes y expropiaciones o devaluaciones (que son también impuestos). La imposibilidad política de romper con todo el régimen de propiedad privada del Estado argentino, aunque bien que lo intentaron, los llevó a financiarse con emisión monetaria devolviéndonos al infierno setentista de vivir en un regímen de alta inflación. Para el que no lo sabe, aunque a esta altura sobra explicarlo, la inflación es un impuesto al dinero y las acreencias en una moneda.
Todo esto, bastante obvio y uno casi estaría tentado a decir indudable, tenía que ser negado categóricamente (al menos en público) por todo kuka que se precie de serlo. Aceptar que el proceso de ampliación de derechos sociales tuvo costos y buena parte de esos costos los pagaron los sectores menos privilegiados -lo’ trabajadore’ de Kiciló’- por vía de inflación, destrucción del empleo formal y baja rotunda de las expectativas de crecimiento de largo plazo de la economía es herético, motivo de expulsión del templo del buen pensamiento en el que residen los titanes intelectuales de carta abierta. Desde ya que buena parte de los más avispados que continúan en esas filas admiten, en privado, ser conscientes de la estafa intelectual de todo el proyecto. El albertismo fue precisamente la concesión de parte del ala dura kuka de que la sociedad, aunque siguiera moviéndose dentro del mismo marco teórico, no quería comprar la versión más extrema del proyecto. Era necesario un pequeño ajuste de rumbo, bajar la radicalización política, para seguir en el cómodo sendero de la ampliación de derechos que tranquiliza el alma del rico y el bolsillo del pobre en igual medida. El pueblo quiso creer que el gran problema del modelo fue la corrupción de uno o dos actores, pero que la fórmula mágica de crecimiento económico se encontraba intacta. Era cuestión de reencauzar al movimiento nacional y devolver el sistema operativo a su versión 2.0.0.3 para que la historia se repita y salgamos del atolladero de estancamiento en el que la jefa nos metió.
El colapso económico del remisero -en buena medida gracias a la selectiva intervención de Christine para bloquear todo intento de racionalización fiscal- fue el punto de entrada perfecto para la narrativa millerista. La nueva teoría venía a explicar los últimos 20 años de forma diametralmente opuesta al sentido que le daban sus principales actores, quitándoles a estos todo rastro de virtud o mérito por los resultados obtenidos. Las conquistas sociales no eran ahora más que conquistas sobre la sociedad, recursos que el Estado le había sacado tanto a otros compatriotas como a los beneficiarios de estas conquistas en un engaño universal bastante propio del maligno. La violencia con la que se tuvo que transmitir el mensaje, el grito, el insulto, la desesperación, no fueron más que las herramientas a las que acude alguien que quiere despertar a otro que está profundamente dormido y en peligro. Una vez despierto el pueblo -woke, podríamos decir- el aparato conceptual que dependía centralmente de que la gente no comprenda que los derechos otorgados por el Estado implicaban nuevas obligaciones a cargar por la sociedad se cae irreversiblemente. La profundización del poder predictivo del nuevo modelo, eminentemente la destrucción de la inflación por vía de restricción fiscal y monetaria, funciona paralelamente haciendo que la gente resignifique el pasado inmediato utilizando las nuevas categorías libertarias. Esto amplifica la indignación moral por la pesada carga impuesta en estos últimos años.
En lo que refiere al discurso kuka, por estos motivos deja de tomar como referencia al mundo y se concentra en la lucha de poder intrapartidaria. Aceptar el nuevo marco teórico implica una inmediata desacreditación del principal activo político de su espacio personificado en la figura de Cristina. El mundo libertario no puede ser real pues eso implicaría que ellos estuvieron viviendo una mentira (y nadie cree estar viviendo una mentira hasta que aceptarlo es absolutamente inevitable). Su estrategia política pasa, entonces, por hablarle a quienes siguen aceptando ese modelo de mundo. Este núcleo duro se achica cada día más, pero promete resistir unos años gracias a las enormes salvaguardas psicológicas que maneja. Casi cualquier fenómeno adverso se le puede atribuir a la malvada interferencia del imperialismo. Es por esto que cuando hablan no buscan convencer, operar en el discurso del rival, refutar, etc., sino que ven al mundo del adversario como un fenómeno intrínsecamente violento, i.e. carente de razón, frente al cual hay que resguardarse, cuidarse. La efectividad social de sus agentes tiende entonces a cero, ya que los mismos renuncian a la arena pública para cuidar la quinta del muchacho de la play. Leerlos puede ser divertido, pero dudo que en el futuro inmediato sea medianamente útil. La combinación de la necesidad de la optimización del flujo informativo con la esterilidad del discurso kirchnerista me llevan a la inevitable conclusión previamente mencionada y popularizada por el gran propagandista nacional Parisini.
Saludos a todos y buen fin de semana.
Al fin y al cabo, todo discurso tiene que ser operativo. La búsqueda de la verdad es la búsqueda de una visión con la que comprometerse y de la que derivar consecuencias. Un discurso enfrascado en su coherencia interna es una bosta y no sirve para nada. Buen post, compañero.