Si hay un autor que me saca consistentemente carcajadas hoy en día ese es Yarvin. Maneja una mezcla de cinismo y pesimismo, sumada a una microfísica (qué palabra) del poder norteamericano que hace que cada una de sus entradas sea, de algún modo u otro, interesante. Esto no es menor: me es casi imposible leer a comentadores “serios” o a “pensadores” contemporáneos por la casi inevitable trivialidad o el aberrante idealismo que manejan. En general cualquier libro que salga hoy por editorial me resulta una pérdida de valiosísimo tiempo que podría gastar en doomscrollear twitter o mirar compulsivamente la cotización de activos argentinos en yahoo! Finance (soy demasiado pobre para pagarme una terminal Bloomberg, se aceptan donaciones). Es bastante irónico que en la era del materialismo militante la realidad de las relaciones de poder tanto globales como internas a los Estados se nos ofrezca explicada detrás de un sinfín de mistificaciones de la más variada índole. La idea de que los hombres buscan poder y dominio sobre los demás de formas concretas y visibles solo puede aparecer como consecuencia de malvadas instituciones subterráneas, invisibles e omnipresentes que los hagan actuar de esas maneras tan barbáricas y machistas. El capitalismo, el patriarcado, el especismo, el racismo, la transfobia, son las verdaderas fuentes de corrupción de una naturaleza humana impoluta la cual, una vez liberada de estas sempiternas ataduras, se convertirá en lo que siempre quiso ser: un hippie roñoso feliz en el barro (o no sé, hace demasiado que no leo a marxistas, quizás alguno ya haya comentado qué modelo de sociedad tienen).
En fin. Lo que mister Yarvin viene a proponernos es, frente a tanto rousseaunianismo mal interpretado y pasado por merca, volver al viejo y querido T. Hobbes para entender al mundo (aunque él resienta esta acusación de hobbesianismo y quiera hacerse el filmeriano, pero a Filmer no se puede volver Curt, no vas a hacerle creer al mundo que a Trump lo ungió Dios y es descendencia directa de Adán). El poder existe, se deriva del choque natural de voluntades humanas sumidas en la igualdad de aspiraciones y de debilidades, la racionalidad lleva a la acumulación de poder, el soberano es necesario para evitar que nos matemos entre todos, etc., etc., etc. Si no leyeron Leviatán vayan a hacerlo, no se los voy a explicar acá. En circunstancias más normales el trabajo de Curt no sería más que un buen trabajo antropológico-sociológico-historiográfico (qué manera de multiplicar instancias al pedo tienen las ciencias sociales, son la muerte de Ockham). Por suerte para él no estamos en circunstancias normales sino en unas en las que el poder se esconde detrás de mistificaciones más increíbles que las de las monarquías absolutas, por lo que su develamiento es una tarea muy interesante. En efecto, quienes vivimos en el lado occidental del globo no entendemos demasiado bien quién decide sobre nuestras vidas. Sería tanto más fácil ser un “ciudadano” ruso y saber que Putin y el Kremlin tienen poder casi absoluto sobre tu existencia. Alas, toca vivir en una democracia liberal.
Y qué liberal y qué democracia en la que vivimos. A nosotros en Argentina por suerte nos tocó experimentar la degeneración terminal del sistema republicano el cual en sus límites se interseca con lo que históricamente podríamos llamar democracia. Ahora bien, en circunstancias normales de presión y temperatura lo que vivimos es un sistema opaco de pesos y contrapesos en donde el ciudadano común no tiene parte alguna, casi, en la elaboración de las leyes que lo rigen (lo cual está perfecto, la legislación no es cosa de boludos y menos de legisladores). La tesis central de Yarvin, en este sentido, consiste en que el sistema político contemporáneo norteamericano (el único importante) se encuentra casi independizado de las preferencias temporales no solo de los votantes, sino también de sus representantes electos. El poder, la acción verdadera dentro del sistema, recae en las agencias del ejecutivo que se encuentran por fuera de su control, asentadas en la casi total dominancia de un congreso gerontocrático sobre el presidente. Casi todos los agentes de este sistema son liberales-progres por lo que ellos siempre tendrán el poder y llevarán al mundo a su inevitable colapso apocalíptico con perspectiva de género. Su último artículo desarrolla bastante buena parte de sus tesis centrales, aunque falta el tema de la catedral, así que se los recomiendo: https://substack.com/home/post/p-151613303?source=queue&autoPlay=false. Personalmente me quedo con este fragmento:
Meterse más en tema queda como ejercicio para el lector. Ya aclaré que este blog no se trata de llevar adelante un ejercicio académico serio sino de un shitposting glorificado, por lo que voy a pasar brevemente a mis diferencias con el estimado autor.
Desde ya que no estoy calificado para criticar las tesis empíricas sobre el funcionamiento de la sociedad americana del susodicho, sobre todo considerando que en cierta medida concuerdo con ellas. Lo que me interesa, más que nada, es subrayar cierta diferencia que sostengo de índole histórico-filosófica respecto a sus planteos. Parecería, si uno lee exclusivamente al autor y no sale de su casa, que vivimos en un período de tiempo que podría ser indiferentemente el antiguo Egipto, la Atenas de Sócrates o la Roma del crepúsculo de la república. La corrupción política es el factor principal que explica la contemporaneidad y nos encaminamos a los tropezones al final de una era. Veo también cierto deterioro, cierta corrupción, pero en un mundo que ha sabido transformarse de forma monumental en los últimos doscientos años, teniendo a EEUU como uno de los centros de dicha transformación. Los sucesos políticos han sido de magnitudes gigantescas pero más aún han transformado el mundo los sucesos económicos (y tecnológicos, subordinados a la lógica económica). En buena medida lo que ha guiado el curso de la historia y ha decidido el éxito o fracaso de modelos políticos es qué tan bien han podido acomodar y desarrollar en sus senos la lógica del capital. La política y la estatalidad, en estos últimos años, tienen desde ya la capacidad de aniquilar el desarrollo económico, pero no la de modificar sus leyes (quizás si de descubrirlas, explicarlas, mostrar sus corolarios, vericuetos, excepciones, etc.). En ese sentido, la historia de la decadencia norteamericana debe pensarse en el contexto del brutal desarrollo económico, sin parangón en la historia de la humanidad, habilitado por sus instituciones y explicado en ese marco. Esencialmente, ¿cómo puede ser que una nación marcada desde sus orígenes por el sello del progresivismo y la decadencia se haya convertido en el primer imperio económico global de la historia? ¿Fue solo gracias a la calidad humana de sus fundadores originarios? Personalmente esa explicación (que es la que da Curtis) no me cierra y me lleva a dudar de todo el resto de su edificio teórico.
Mi lectura del presente es que el Estado moderno al hacerle lugar al derecho del individuo (el cual se expresa de forma eminente como el derecho de propiedad) llegó a su punto cúlmine e hizo nacer un nuevo patrón de desarrollo civilizacional. Mientras este punto arquimédico de conclusión del ámbito político no se toque, el crecimiento de las sociedades, el drama de las mismas, no pasa tanto por lo político sino por los vaivenes del mundo de la producción económica. La sobrepolitización de un país en general tiene que ver con los momentos en los que un partido, frecuentemente con inspiraciones marxistas o fascistas, busca ir contra de este fundamento y se carga en su paso a todo el resto de las instituciones. Eso fue precisamente lo que ocurrió en la Argentina y la razón por la cual el oficialismo puede tan fácil pasar reformas estructurales que en Estados Unidos serían imposibles: el derecho dejó de existir hace rato. Ahora bien, eso lleva consigo la certeza, en nuestro caso, de que un revés en la legitimidad democrática implicaría la vuelta atrás en todas y cada una de las reformas que se han realizado.
Yarvin, por lo dicho, es víctima para mí del mismo fenómeno del que acusa a sus rivales ontológicos. No es ni más ni menos que la contracara de la sobrepolitización y el sobregiro marxista/progresista respecto a la importancia de la estatalidad y la política en el mundo contemporáneo. Es por eso que lo que suelo encontrar en sus textos son excelentes diagnósticos de situación, mas pésimos planes de acción. Esto, para la derecha, sin embargo, es una mejora sustancial respecto a lo que manejaba antes.
Tengo como deuda pendiente tener una lectura más directa de Yarvin, ya que lo que conozco de él lo tengo incorporado a partir de artículos como este. A lo sumo, no más de 2 o 3 artículos de él tengo leidos.
Tengo una teoría algo loca pero que puedo fundamentar relativamente sobrio, y puede que también no tan original: en última instancia, todo Occidente esta absorbiendo parcialmente las dinámicas institucionales de Oriente, sobre todo de la región asiática del extremo oriental, encabezada por China (la cual tengo entendido Yarvin admira).
Dicho muy rústicamente, autores de lo que se engloba como NRx tienen cierta admiración y fascinación por los modelos económico-políticos asiáticos de esa región, tales como además de China, Corea del Sur, Taiwán y Singapur. En buena parte del campo de intelectualidad liberal-libertaria, aunque hay inclinaciones por las más pro-occidente se incluye también el caso chino, se la ha considerado como naciones que a partir de los 80s entraron en una emergencia económica alcanzando un desarrollo económico sumamente importante en tanto implementaron medidas de liberalización y fomento al desarrollo capitalista; no obstante o bien se ignora que existió detrás ciertamente un previo proceso de gran intervención estatal que constituyo las bases de sus capitalismos contemporáneos y que implico ser llevadas a cabo en parte por gobiernos que se caracterizaron de autoritarios.
Cuestión cuestión que en mi comprensión de Yarvin y otros es que a partir de observaciones de este tipo encuentran como conclusión que solo a través de estados más autoritarios y centralistas se puede alcanzar un grado de eficiencia y gobernanza superior a las de las más pluralistas pero caóticas, ingobernables y hasta en ciertos momentos percibidas como social y culturalmente disolutivas democracias-republicanas; Yarvin recurre al retorno de la monarquía como modelo de gobierno que en todo caso se viese actualizado por el canon de la gerencia corporativa tecnológica más de vanguardia. Lo cierto es que hasta el mismo comprendería este deseo como inalcanzable, aunque parcialmente se podría cumplir con el ascenso de figuras políticas que puedan conectar con una parte significativa de la masa poblacional enfurecida consecuencia del fracaso de cumplimiento de expectativas por parte de los régimenes democráticos.
Fracaso de estos últimos debido a ser incapaces de competir con más eficiencia contra sus rivales orientales (lo que nos lleva a toda la cuestión de la desterritorialización del capital, los flujos financieros a economías emergentes, la desindustrialización para poner fábricas en regiones con menos presión tributaria, etc), lo que los lleva paradójicamente a ser sujeto de ajustes institucionales tanto formales (leyes, medidas, decretos) como informales (adaptaciones en las prácticas y cultura empresarial y de las clases trabajadoras. Piensese en esto último por ejemplo la mano de obra barata de un país atrae más posibilidades de conseguir la radicación de fábricas industriales contra la clase obrera de quizas el país central de origen. Solo si esta se ofertase a un valor más parecido a la primera, podría competir en mejor condiciones. Y eso tiene su correlato en las conocidas “reformas laborales”, legislaciones en cierto modo imposibles de evitar pero que mientras buena parte de espacios de izquierda han buscado resistir sus reglamentaciones resultan ser esteriles para ofrecer mejores alternativas que, llamese diablos capitalistas o lo que sea, con fundamentos más razonables y otros más flojos, tanto en legislación como en la práctica se han terminado imponiendo como medida que termina impactando en los perfiles sociolaborales), y, en un proceso que se podría dar como una analogía “evolucionista” hasta cierto punto, Occidente tarde o temprano, ya sea con más consenso social o resistencia, asimila en parte algunas estructuras de las economías asiáticas para sostener su crecimiento. No es una tendencia inevitable ni tampoco una copia descarada, sino un proceso evolutivo que genera ciertas alternativas que se parecen pero tienen sus diferencias culturales.
Resumiendo, cuando se habla acá de la emergencia de populismos - e incluiría de todo signo, aunque ahora este en cotización más lo de línea rightwing- en todo Occidente no es más que la forma que se tiene Occidente de reaccionar frente al autoritarismo eficiente y estable chino, generandose así todo una gama de figuras políticas que tienen como objetivo realizar cierta perfomance Xi Jingpiniana pero adaptado a las democracias occidentales.
Quedaría ver que tanto de Occidente aprendió China y lo absorbió, y que pudo sostener de su tradición histórica cultural. ¿Es posible pensar un futuro con un movimiento democrático chino? Capaz, aunque sospecho que buena parte de su población esta todavía algo chocha con su situación, y ciertamente sería comprensible, digamoslo todo.
Gracias por el espacio y perdonen si no me explique demasiado bien.
Cómo anda estimado? En efecto los Nrx miran con buenos ojos hacia el oriente autoritario como modelo para escaparme a la decadencia. La mejor respuesta que les encontré es la que les dedica BAP respecto a lo desagradable de los regímenes orientales y lo improductivo de los mismos (aunque los números parezcan mostrar otra cosa). Recomiendo esa lectura / escuchada de podcast.