Los primeros días de la administración Trump fueron un festival de Órdenes Ejecutivas, nuestros DNUs, que más allá de sus efectos puntuales le permitieron a la derecha norteamericana sentir por primera vez en 40 años que estaba viva. La decrepitud salió intempestivamente de la casa blanca: pasamos de un tipo que tenía que usar un teleprompter hasta para cenas de recaudación a uno que tiene a las cámaras viviendo con él en la oficina oval y responde preguntas mientras firma cuestiones de dudosa legalidad. Este Blitzkrieg de actividad ejecutiva tiene su razón de ser en el hecho de que la forma de derrotar a un sistema aristocrático consolidado, como lo es EE. UU. y como lo era Argentina, es la acción puntual, rápida, la focalización de las fuerzas en un punto específico hasta que la red de contención que frenaba el cambio se rompa. Las fuerzas del cielo compartieron ese diagnóstico y lo pusieron a prueba en nuestra pequeña provincia, quizás sirviendo en mayor o menor medida, dependiendo a quién se le pregunte, de inspiración para los MAGA republicans.
Las consecuencias de este cambio de estrategia son bastante difíciles de predecir ya que, a diferencia nuestra, EE. UU. era un país en el sentido sustantivo del término. Sus instituciones, tanto civiles como militares y políticas, son infinitamente más poderosas que las locales, por lo que pasado el shock inicial el poder de respuesta debería ser también mucho más elevado. A su vez, el ejecutivo americano tiene radicalmente menos poder relativo dentro de su sistema político que el ejecutivo argentino. Es el congreso quien siempre debe determinar las partidas, los integrantes de las agencias y obliga a que su presupuesto se ejecute. No pueden hacer la gran Javier Gerardo, maniobra histórica, y usar el mecanismo de prórroga automática del último presupuesto aprobado para licuar los saldos reales de las distintas partidas de la administración central. El juego que tienen por delante los MAGA Boys es muchísimo más arduo institucionalmente mientras que se enfrentan, a su vez, a adversarios mucho más inteligentes que los locales. Los demócratas no son inmunes al proceso de selección adversa de sus élites (en criollo: vienen cada día más boludos los pibes), pero siguen siendo mejor que el partido demócrata argentino panperonista-radical-macrista.
Personalmente lo que me encanta de esta nueva era es que obliga al poder a mostrarse para hacerle frente al gran hombre. La agencia, cuando se ejerce con conocimiento del terreno y prudencia (veremos si Trump cumple estas condiciones), impide que las fuerzas del orden mantengan su estado de ocultamiento relativo ya que de no actuar pierden terreno. El poder en las sociedades humanas tiene una forma bastante teatral: quien afirma en escena que lo tiene y actúa como si lo tuviera termina por hacerle creer al público que verdaderamente lo tiene. La ficción del Estado o el Sistema, derivada precisamente de la naturaleza oligárquica de la distribución imperial del poder y que atrapaba los corazones norteamericanos, les hacía sentir que estaban frente a un leviatán insondable e irresponsable cuyos actos no se relacionaban en lo más mínimo con los deseos del ciudadano común. La belleza de los sistemas pluralistas es precisamente la disolución de la responsabilidad. Esto obtura la canalización de las frustraciones con el sistema ya que el enojo racional no tiene un foco al cual dirigirse con claridad más allá de las elecciones ejecutivas o locales, las cuales solo sirven de vendaje temporal para las dolencias pasadas. La acumulación progresiva de resentimiento al sistema funciona bastante como una suerte de pozo común de lotería accesible a quien pueda —de forma efectiva— hacerse de la responsabilidad y el poder para cambiarlo. No hay sistema político perfecto bajo el sol aunque lo lloren los republicanos. Todos los cuerpos políticos están sometidos a las inclemencias del tiempo y la enfermedad. Este mecanismo de destrucción de una oligarquía se puede pensar bastante bien como la acumulación de auto-resentimiento producto del engordamiento del cuerpo público, quizás. No tengo tan trabajadas como Hobbes las enfermedades políticas.
Siguiendo esta línea, Trump en esta nueva edición es el gymbro que viene a poner en forma al Estado motorizado por el resentimiento acumulado de décadas de impotencia percibida. Breve paréntesis: económicamente EE. UU. está muy sólido, sobre todo en comparación con Europa, su único rival hasta hace unos años. El sentimiento de impotencia social se debe, desde mi perspectiva, al sentimiento de falla permanente del sistema político combinado con la nula responsabilidad que sus principales actores toman al respecto. Volviendo, este poner en forma trumpiano se acopla con el desplazamiento de la vieja derecha conservadora republicana de la dirección del movimiento para ser reemplazada por una derecha más nietzscheana-vitalista por decirlo de alguna manera. Una derecha menos obsesionada con el aborto y más con la belleza física o la colonización espacial, capaz de ofrecerle a la sociedad americana un horizonte de expectativa en lugar del retorno a un pasado pretendidamente idílico de valores tradicionales. En lo personal creo que van a fallar por la preponderancia de lo que suelo llamar “derecha comunista” en el armado político, sobre todo porque es esta derecha comunista la que provee la mayor cantidad de músculo político. Eso sí, le van a traer una revitalización muy necesaria a un Imperio que se había olvidado que lo era.
América para los americanos. Fuera Dinamarca de Groenlandia. Fuera China de Panamá.
Feliz domingo.
Buen art. Lamentablemente creo que el problema es que desde la irrupción de internet la política es DEMASIADO divertida.
Ojalá tengas razón con lo del vitalismo y la derecha en USA salga de la trampa del fin de la historia, cambien la nostalgia vacía, irónica y desarraigada por arqueofuturismo aunque sea. Ahora que USA se ha unido a la gran familia de la Hispanidad, podrían leer un poco a Ortega y Gasset, a Bueno o a alguno de nuestros falopósofos para encaminarse