Como hábil consumidor de actualidad política no pude dejar de escuchar el discurso de apertura de sesiones ordinarias de ayer a la noche. Más allá de que no fue de los mejores discursos de JGM, me volvió a venir a la mente una cuestión sobre la que ya he escrito en parte en otras entregas: la insuficiencia de la baja de la pobreza como horizonte político para el gobierno. No se confundan, mejorar la calidad de vida de la población, dignificar la existencia material de un pueblo en buena medida resignado a vivir en condiciones soviéticas toda su vida, es un enorme logro gubernamental e inalcanzable para la enorme mayoría de las administraciones que tomaron las riendas del Estado argentino. El crecimiento económico que hace a esto posible, a su vez, es una condición sine qua non para la sustentabilidad intertemporal de un Estado moderno. Bajar la pobreza, en este sentido, es una condición necesaria pero no suficiente para el sostenimiento de cualquier régimen en un Estado plebiscitario como el nuestro. Esto es particularmente cierto de un gobierno como el libertario.
No es muy controversial afirmar que la presidencia de Milei no se dio por un deseo de moderación de la ciudadanía, sino más bien por un sentimiento de hartazgo con el régimen de privilegios existente. La gente votó por un loco que venga a romperle el orto a los mandriles [sic.] sin preocuparse demasiado por lo que suceda el día después. Afortunadamente el loco al que votaron resultó ser un tipo mucho más responsable de lo que se podía entrever antes de las elecciones, el cual supo armar y liderar un gran equipo de profesionales que tomaron una situación límite del país y la estabilizaron sin grandes catástrofes sociales. La volatilidad de la nación tanto financiera como social se desplomó violentamente, mientras que el único elemento que sigue operando como si la gente viviera con 200 % de inflación anual es una oposición neurotizada por sus propias operaciones psicológicas y, en menor medida, el propio aparato discursivo del gobierno. Los argentinos sienten que están entrando en un nuevo proceso de estabilización, no lineal, con saltos de intensidad, pero en un sendero claramente decreciente de incertidumbre cotidiana.
Este proceso en términos económicos es ineludible: el crecimiento genuino de un país depende de la estabilidad a largo plazo que este puede darle al capital para que desarrolle la industria y el comercio, con el empleo genuino que estos traen aparejados. La acción económica depende de que este suelo duro sobre el que se asienta no se convierta de un día para el otro en arena. Ahora bien, por motivos distintos, tanto el gobierno como la oposición se esfuerzan en que esta estabilización objetiva no se traslade al diario de la retórica política. El país está en una situación infinitamente menos caótica que hace un año, pero los discursos siguen tan incendiarios como antes. Es sencillo explicar por qué la oposición está interesada en mantener su costado de la retórica: saben que no pueden sobrevivir como fuerza política-estatal en un país estabilizado con un gobierno libertario. La retórica incendiaria es una cuestión de la más estricta supervivencia. Sin ella sus propias bases profundizarán un proceso ya comenzado de linchamiento general a una dirigencia carente de cuadros, con ideas profundamente corruptas, mientras que los votantes les darían definitivamente la espalda. El gobierno, por el otro lado, no se queda atrás ni por asomo en los aumentos de apuesta discursivos aún cuando esto parecería ir en contra de sus intereses estratégicos. En principio una bajada de espuma y repartida general de beneficios sería bastante más agradable a los ojos de los inversores que un estado de confrontación permanente contra todo poder enquistado que no se arrodille. Es difícil justificar ante una junta de accionistas por qué poner cientos de millones de dólares en un país que parece estar todos los días al borde de la guerra civil si uno escucha las declaraciones de sus principales dirigentes. Lamentablemente, no se le puede mostrar el chud de “Nothing ever happens” a los miembros del directorio y conseguir que firmen contentos.
Hay varios motivos por los que, sin embargo, considero correcto este rumbo de acción aunque tenga como contrapartida cierto precio presente en términos de crecimiento económico. Hoy solo quiero centrarme en uno de ellos, al cual considero central. En esencia, Milei es un presidente para un país convulsionado, un presidente revolucionario que debe hacer presente constantemente a esta revolución para mantener su necesidad histórica. Mientras exista una “casta” a barrer, su fuerza moral y su intensidad discursiva no pueden disminuir a riesgo de que la población crea que él mismo comenzó a confundirse con aquello que venía a destruir. A su vez, la población tiene que sentir tan necesario deshacerse de la casta como para pagar un precio por ello. La supervivencia del enemigo es condición para la supervivencia del héroe como héroe. El trabajo no solamente tiene que seguir incompleto sino que su finalización tiene que presentársele como necesaria a los soldados del ejército violeta para que estos no decidan dejar las armas e irse a casa con sus familias. La victoria en el combate depende de las fuerzas que vienen del cielo y qué es esa fuerza sino, aparte de la razón, el convencimiento de la rectitud moral del proyecto, la cual le da a un soldado el valor de miles de enemigos.
La estabilización económica, necesaria para solidificar la autoridad epistémica del discurso oficial, conlleva sin embargo el riesgo de amainar las pasiones populares en contra del viejo régimen y sus múltiples cabezas regionales. Esto no implica que se corra riesgo en un corto o mediano plazo del retorno del peronismo o de victoria de la “gran coalición anti-Milei”, porque el crecimiento económico con baja de inflación es un néctar electoral casi inigualable. Ahora bien, la bonanza, como todo bien, tiene rendimientos marginales decrecientes. En unos años una población acostumbrada al nuevo statu quo económico puede optar por alguien que prometa la continuación del orden macro pero con mejores modales —spoiler alert: no va a continuar el orden macro. Hasta que no haya una depuración muy fuerte y todavía inexistente del comunismo en sangre dentro de la élite dirigencial de este país que no distingue partidos, la posibilidad de su retorno, aún con promesas menos radicales, sigue siendo un evento de altísimo riesgo para cualquier inversión de largo plazo. Esto consecuentemente limita la magnitud del crecimiento presente y el impacto electoral del mismo, volviendo más posible el retorno de la vieja aristocracia. Un círculo vicioso de esos que disfrutan los keynesianos y enseñan en el CBC. Es así que prima la máxima dantoniana: "On ne fait pas une révolution à moitié, c'est se creuser sa propre tombe". En criollo: si no vas a fondo con el proceso revolucionario estás cavando tu propia tumba, ya que todo el aparato forward-looking de la sociedad, mejor conocido como el mercado, se empieza a volver en tu contra y empodera a tus rivales.
Considerando esto volvemos a la cuestión inicial. El problema del gobierno es qué le ofrece a la ciudadanía a cambio de que esta lo acompañe en su combate institucional contra la casta, combate al que no puede renunciar so pena de muerte. Recordemos que esto recién empieza y ahora tienen que vencer a la casta en las provincias, municipios y eventualmente en el alma de todos los “argentinos de bien”. Entonces, ¿qué le quiere ofrecer al pueblo el gobierno? En otras palabras, ¿cuál es el futuro de una nación libertaria?
Ayer en su discurso parecería que lo principal que Milei quiere ofrecerle a la ciudadanía es una reducción en la pobreza. La mejora material en el consumo, la reducción de las penurias económicas. Personalmente creo que la oferta de un país con menos pobres no alcanza para mantener la necesidad de un gobierno revolucionario y que, más aún, es medirte con la vara del enemigo. La pobreza para los comunistas, al igual que los derechos humanos, solo son medios mediante los cuales impugnar el sistema capitalista. Contradicciones en lo que entienden es el andamiaje conceptual del Estado. Los mejores entre ellos comprenden que, en todo caso, sacar a la gente de la pobreza solo es un medio para el fin de asegurar la grandeza de la sociedad.
La materialización vulgar de las aspiraciones humanas al ser o no ser pobre —a la satisfacción de un conjunto de “necesidades”— termina desdibujando el verdadero valor del crecimiento económico que consiste fundamentalmente en el acrecentamiento de la libertad que tiene un individuo o sociedad para hacer realidad su voluntad en el mundo. La moralización radical de la existencia de la pobreza como afrenta a la humanidad es seguir en última instancia en el esquema discursivo socialdemócrata que convierte al individuo en un animal a ser alimentado por sus sabios superiores. La dignidad del trabajo, dejada de lado en su retórica por sucesivos gobiernos radicales y peronistas, deriva precisamente de que a través de él el individuo conquista su libertad sin recibirla de nadie. La deshumanización del trabajador como dependiente del empresario particular o de la regulación estatal rompe el verdadero valor del trabajo y lo subsume al aparato de control colectivo del Estado. Es en este aspecto en donde podemos encontrar quizás el mayor de los crímenes de la década ganada, en la destrucción de la dignidad argentina.
En definitiva, es el proceso de crecimiento de la libertad colectiva —proceso de soberanía sobre el mundo material en el que el trabajo y el Capital se encuentran y luchan libremente— el que es un fin en sí mismo y no el consumo de una canasta cada vez mayor de bienes o servicios por sí sola. Hay que entender que, por más de que una tarjeta alimentar más abultada sea algo más que deseable con una población en el estado de la nuestra, no alcanza con ello para suplir el deseo de sentido y futuro de una nación. El crecimiento económico es una forma estéril de describir el acrecentamiento de nuestras capacidades como especie y el irrefrenable deseo de llevar razón y humanidad a un universo que carece casi en su totalidad de ella. La economía comprendida en un sentido filosófico sí es capaz de darle un fin al gobierno y al Estado, un fin a la par de los fines teológicos de antaño. Si el horizonte de salvación cristiano se centraba en la Tierra como teatro de su lucha por la humanización del hombre, el horizonte de salvación del Capital se centra en el cosmos como terreno fértil para que el espíritu haga en él su trabajo. De ahí en buena medida también se deriva la importancia histórica del trabajo con Musk y las posibilidades que abre. De esta forma, las naciones son vehículos para llevar adelante este trabajo, manteniendo y potenciando con ello las identidades que supieron construir. Mi propuesta es que hagamos, entonces, a la ciencia ficción realidad en Argentina.
Muy interesante artículo y sobre todo la descripción de la lógica situacional en la que se encuentra el gobierno en la presente coyuntura. Pero en cuanto a definir como horizonte político del país la utopía sci-fi de Musk… la verdad, me resulta atractiva la alternativa utópica que plantea una figura mencionada en tu artículo, aunque quizás se “pase de socialdemócrata” desde tu perspectiva:
“The strenuous purposeful money-makers may carry all of us along with them into the lap of economic abundance. But it will be those peoples, who can keep alive, and cultivate into a fuller perfection, the art of life itself and do not sell themselves for the means of life, who will be able to enjoy the abundance when it comes. Yet there is no country and no people, I think, who can look forward to the age of leisure and of abundance without a dread. For we have been trained too long to strive and not to enjoy. It is a fearful problem for the ordinary person, with no special talents, to occupy himself, especially if he no longer has roots in the soil or in custom or in the beloved conventions of a traditional society. To judge from the behaviour and the achievements of the wealthy classes today in any quarter of the world, the outlook is very depressing! For these are, so to speak, our advance guard-those who are spying out the promised land for the rest of us and pitching their camp there. For they have most of them failed disastrously, so it seems to me-those who have an independent income but no associations or duties or ties-to solve the problem which has been set them.
I feel sure that with a little more experience we shall use the new-found bounty of nature quite differently from the way in which the rich use it today, and will map out for ourselves a plan of life quite otherwise than theirs. For many ages to come the old Adam will be so strong in us that everybody will need to do some work if he is to be contented. We shall do more things for ourselves than is usual with the rich today, only too glad to have small duties and tasks and routines. But beyond this, we shall endeavour to spread the bread thin on the butter-to make what work there is still to be done to be as widely shared as possible. Three-hour shifts or a fifteen-hour week may put off the problem for a great while. For three hours a day is quite enough to satisfy the old Adam in most of us! There are changes in other spheres too which we must expect to come. When the accumulation of wealth is no longer of high social importance, there will be great changes in the code of morals. We shall be able to rid ourselves of many of the pseudo-moral principles which have hag-ridden us for two hundred years, by which we have exalted some of the most distasteful of human qualities into the position of the highest virtues. We shall be able to afford to dare to assess the money-motive at its true value. The love of money as a possession -as distinguished from the love of money as a means to the enjoyments and realities of life -will be recognised for what it is, a somewhat disgusting morbidity, one of those semicriminal, semi-pathological propensities which one hands over with a shudder to the specialists in mental disease.“
John Maynard Keynes, “Economic Possibilities for our Grandchildren” (1930)
P.D.: nótese la referencia a la historia del Jardín del Edén
“De esta forma, las naciones son vehículos para llevar adelante este trabajo, manteniendo y potenciando con ello las identidades que supieron construir.”
Acá creo que te engañas. Si hay algo que caracteriza al capital liberado a su propia dinámica aceleracionista es a establecer jerarquías geoeconómicas y, hoy en día se ve mucho, a barrer las particularidades culturales e identitarias de cada país. La libre circulación de capitales y cultura corroe la propia e instala la que mejor vende. El horizonte libertario podrá cumplir tus fantasías de tener una supuesta libertad de hacer en el mundo, pero será a costa de la Nación y no con ella.