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El universo político está poblado por todo género de criaturas fantásticas al ser un mundo en donde los esquizos, como el que les escribe, pueden cristalizar todo el cúmulo de ideas probablemente erróneas sobre el mundo que con tanto amor desarrollaron. Nada puede sorprender u horrorizar ideológicamente al lector avezado de los márgenes de la sociedad educada. No hay error o locura tan grande como para que no sea tomada como verdad indiscutible por al menos un alma humana. Desde los nazis de la puna —nunca vas a ver tantas ediciones de mein Kampf como en librerías o puestitos de libros bolivianos—, ansiosos por la emergencia de un cuarto reich que por fin le ponga un freno al sinarquismo internacional, hasta los comunistas millonarios, ansiosos por financiar a todo aquel que prometa ponerle un fin al horrible sistema de privilegios del que ellos disfrutan sobremanera. No pretendo con esto desacreditar a estas nobles posiciones políticas del alma humana, pues nada es lo suficientemente ridículo como para que no pueda ser un accidente depositado sobre nuestra esencia, sino llamar inicialmente la atención sobre la apariencia de contradicción en el seno de distintas ideologías.
Si uno se queda en los márgenes de estas brillantes ideas puede verse tentado a borrarlas de un plumazo por lo flagrante de su ridiculez, de su contradicción interna, pero si uno se adentra en sus penumbras se encontrará, la mayor parte de las veces, que estos aparatos conceptuales son sorprendentemente consistentes dentro de cierto marco limitado de análisis. La repugnancia intelectual que nos generan no está dada tanto por las falencias lógicas de estos proyectos —las famosas falacias que unos enumeran y otros mandan a recursar— sino porque estas ideologías toman como verdaderos ciertos hechos que la mayor parte de la gente educada tiende a rechazar. Si el holocausto fue un invento de los aliados, a su vez son controlados por los judíos, para deslegitimar el proyecto hitleriano de establecimiento de un nuevo sacro imperio católico apostólico romano y, paralelamente, el gen ario es el progenitor lejano del gen indígena, entonces Quispe Mamani Chocoman tiene una obligación moral de hacer el saludo romano todas las mañanas. Las falacias dentro de los sistemas ideológicos existen, pero diría que son bastante poco relevantes y/o útiles para compararlos. Lo que sí es más difícil para estos engendros de la razón es proveer una conexión con un sistema de pensamiento político o histórico algo más interesante, ya que suelen ser desarrollados por gentes de pocas luces y escasa formación intelectual.
Lamentablemente, la locura de la que hoy quiero comenzar a charlar no se encuentra entre estos últimos casos. La derecha comunista es quizás uno de los proyectos políticos más arraigados en la tradición del pensamiento que hoy tenga tracción mayoritaria en el mundo. Su atractivo no hará otra cosa que aumentar en los próximos años y eclipsará en relevancia a lo que supo ser la izquierda comunista. Comencemos por explicar brevemente este sintagma aparentemente contradictorio. Mucho se ha escrito (y poco he leído) sobre la irrelevancia contemporánea de los términos izquierda y derecha utilizados como sinónimos de progresista y conservador, en la medida en que el rol de revolucionario y reaccionario se intercambia permanentemente entre los partidos de izquierda y derecha global. En este caso, vamos a utilizar la escala izquierda-derecha como indicativa del grado de estratificación jerárquica o, en otros términos, de desigualdad social que se considera deseable en una sociedad. Mientras que un anarquista constituye el exponente máximo de la izquierda, la destrucción de toda diferencia social, un hiper atomista capitalista constituye la extrema derecha, cada individuo o grupo familiar constituye su propia clase social determinada por su ingreso-capital. Vayamos ahora a la definición más divertida que es la de comunista.
En algún otro lado les comenté que entiendo al desarrollo contemporáneo del espíritu como una lucha entre tres actores: el Estado, el Capital y el Trabajo. El Estado moderno permitió con sus estructuras legales el nacimiento y desarrollo del Capital como lógica histórica determinada, mientras que el Trabajo surge como elemento necesario pero subordinado al movimiento del Capital. Cada uno de estos tres actores tiene intereses particulares por los que lucha violentamente contra los otros en un esquema de alianzas y traiciones, mientras que los partidos políticos de masas en general reflejan cierta alianza más o menos estable entre dos de estos elementos. Estos actores no son ni de cerca estáticos ni sirven como proxies del concepto marxista vulgar de clase. Cada uno de ellos aspira a un fin absoluto capaz de convencer y ordenar políticamente a los hombres independientemente de su extracción u ocupación. Dentro de este esquema dícese comunista a aquel que aspira políticamente a una alianza entre el Trabajo y el Estado para domesticar o extinguir al Capital. En este sentido nos salimos de la acepción utilizada en el siglo XX del término, reducida intencionalmente por los partidos de la social democracia europea y americana a aquellos partidos u hombres que apoyaban explícitamente a la URSS. Ser acusado de comunista despertaba en los socialdemócratas un temor primal derivado de que dicha acusación invalidaba su principal estrategia: presentarse como aliados de las clases trabajadoras de los países centrales (conscientes de su dependencia material respecto del Capital), en favor de una potencia extranjera e internacionalizante. Reducir este hermoso término a una categoría histórica en lugar de una lógica es una operación que no hay que dejarle pasar a los comunistas, como bien entendió el General Miller.
Prosigamos. Teniendo ambos términos nos encontramos en posición de definir a qué nos referimos con “derecha comunista”: la derecha comunista es la que aboga por una sociedad estratificada, generalmente de acuerdo a las capacidades innatas de cada grupo, en la que una alianza entre el Estado y el Trabajo domestiquen al Capital y lo pongan al servicio de estos últimos dos. La Nación y el Pueblo tienen que poner su voluntad por sobre la de los malvados empresarios que atentan permanentemente contra su seguridad y confort. Sin ello, los pobres trabajadores están condenados a ser expoliados por las malvadas garras del capital, mientras que el Estado se vuelve presa fácil a través de sus funcionarios, del corrupto dinero de los capitalistas. A su vez, no es poco común que estos empresarios tengan alguna característica étnica o religiosa definitoria mediante la cual hacerle más evidente a las masas el componente traicionero, mentiroso o avaricioso de estos. La maldad de los empresarios malos sirve también como herramienta para disciplinar a los capitales aún-no-determinados-como-malvados y evitar que los mismos cometan infames traiciones a la patria como, por ejemplo, subir los precios.
La estrategia política de la derecha comunista suele funcionar luego del fracaso rotundo de la izquierda capitalista, culpando al Capital de este fracaso cuando por lo general el error se suele encontrar en el manejo anarquista del Estado que lleva adelante el componente de izquierda. La gente suele rechazar violentamente el igualitarismo social, todos creen que les baja el precio. El plan de acción de la derecha comunista es siempre y en todo lugar el mismo: destruir stocks para generar apariencia de mayores flujos hasta que los flujos dejan de acompañar y se tiene que pasar al autoritarismo. Este aumento de flujos permite ganar apoyo popular e institucional de cara a la etapa represiva en la que recae inevitablemente, ya que el Trabajo no puede subsistir con un Capital destruido y el pueblo se volvió adicto al phármakon de las mercancías modernas. La sociedad tiene que ser educada para ser libre, verdaderamente libre, y va a resistirse a salir de su estado alienado. La principal debilidad que tiene, como dije en algún xeet perdido, es el capital financiero y su comprensión cabal de estos fenómenos, con su consecuente anticipación.
Esto es todo por esta humilde entrega, que se titula “Sobre la derecha comunista” en la medida en que solo pretendo que sea una mera descripción superficial del fenómeno, como para poder usarlo más seguido sin que me salten filólogos con tatuajes de dibujitos y depresión crónica a la yugular. Dentro de algún tiempo sacaré un “Contra la derecha comunista” aunque temo que dicho trabajo me requiera más que un par de horas de domingo. En última instancia una buena refutación de tus enemigos demanda de un tratado o, como mínimo, un ensayo, para funcionar adecuadamente. Sin eso nos vemos reducidos a las simplificaciones que abundan en este pasquín personal que he dado en llamar Principios Informales, a fin de proveerle a los incautos lectores de herramientas para sobrevivir en la selva del discurso político.
Les mando un cálido abrazo y, de paso, les deseo que abandonen las dulces esperanzas del comunismo en pos de vivir con verdadera dignidad.
Lo peor es que esas tipologías ya las tengo bastante pensadas, la única limitación es la brutal pereza que me da desarrollarlas
Vi el Rat Detectice Boogie y tuve que likear.
Por lo demás, ya hemos hablado del concepto de derecha comunista (o, como se está poniendo de moda llamarlo en Estados Unidos, la woke right o right-maoism). Recomiendo a todos leer las teorías de Gustavo Bueno, donde también teorizó sobre la existencia de una derecha socialista. Acá lo resume Santiago Armesilla: https://youtu.be/1rM6MYQqkM4?si=viU0FEwtSsCBsX3y
Bueno era, como muchos reaccionarios de hoy, un antiguo fanático de la Unión Soviética que, entre la caída del Muro y la tendencia natural que te pega en la vejez, no le quedó más opción que hacerse ultraconservador. Gran parte de la derecha de hoy son personas que en otro tiempo se hubieran hecho comunistas, si tuvieran paciencia o neuronas para leer, porque los anima el mismo sentimiento, y un extraño utopismo multipolarista o nostalgia folk los hace ver en el medievalismo ruso o iraní (o algo más delirante, como el hispanismo) una alternativa viable a la hegemonía americana y al orden mundial liberal. Como una inversión irónica de los neocons, que en un principio fueron troskos; acá lidiamos con hippies que descubrieron los beneficios de la ducha fría.
Otro aspecto que comparte la derecha comunista con el comunismo clásico, y que los distancia de la derecha tradicional, es que no son empiristas o escépticos, como lo eran los tories o los republicanos de vieja cepa. Son constructivistas, a veces racionalistas y a veces voluntaristas, pero siempre imbécilmenre convencidos de su capacidad para deducir desde primeros principios (estéticos más que morales) la sociedad ideal e implantarla en la Tierra.